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tria, hermano natural de nuestro buen rey don Felipe. Divulgóse el grandísimo aparato de guerra que se hacía, todo lo cual me incitó y conmovió el ánimo y el deseo de verme en la jornada que se esperaba, y aunque tenía barruntos y casi premisas ciertas de que en la primera ocasión que se ofreciese sería promovido á capitán, lo quise dejar todo y venirme, como me vine, á Italia; y quiso mi buena suerte, que el señor don Juan de Austria acababa de llegar á Génova, que pasaba á Nápoles á juntarse con la armada de Venecia, como después lo hizo en Misina. Digo en fin, que yo me hallé en aquella felicísima jornada ya hecho capitán de infantería, á cuyo honroso cargo me subió mi buena suerte más que mis merecimientos; y aquel día fué para la Cristiandad tan dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que estaban, creyendo que los turcos eran invencibles por la mar, en aquel día, digo, donde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantados, entre tantos venturosos como allí hubo (porque más ventura tuvieron los cristianos que allí murieron que los que vivos y vencedores quedaron) yo sólo fuí el desdichado, pues en cambio de que pudiera esperar, si fuera en los Romanos siglos, alguna naval corona, me ví aquella noche que siguió á tan famoso día, con cadenas en los pies y esposas en las manos, y fué desta suerte que habiendo el Uchalí, Rey de Argel, atrevido y venturoso corsario, embestido y rendido la capitana de Malta, que solos tres caballeros quedaron vivos en ella, y estos mal heridos, acudió la capitana de Juan Andrea á socorrella, en la cual yo iba con mi compañía; y haciendo lo que debía en ocasión semejante,