Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo II (1908).pdf/457

Esta página no ha sido corregida
— 453 —

ta de los demás, con tantas ventajas, que si me atreviera á decirlas, quizá despertara la invidia en más de cuatro generosos pechos; pero quédese esto aquí para otro tiempo más cómodo, y vamos á buscar adonde recogernos esta noche.

—No lejos de aquí, respondió el primo, está una ermita, donde hace su habitación un ermitaño, que dicen ha sido soldado, y está en opinión de ser muy buen cristiano, y muy discreto y caritativo además. Junto con la ermita tiene una pequeña casa, que él ha labrado á su costa; pero con todo, aunque chica, es capaz de recibir huéspedes.

Tiene por ventura gallinas el tal ermitaño? preguntó Sancho.

—Pocos ermitaños están sin ellas, respondió don Quijote, porque no son los que ahora se usan como aquellos de los desiertos de Egipto, que se vestían de hojas de palma, y comían raíces de la tierra. Y no se entienda que por decir bien de aquellos no lo digo de aquestos, sino que quierc decir que al rigor y estrecheza de entonces no llegan las penitencias de los de ahora: pero no por esto dejan de ser todos buenos, á lo menos yc por buenos los juzgo; y cuando todo corra turbio, menos mal hace el hipócrita que se finge bueno, que el público pecador.

Estando en esto, vieron que hacia donde ellos estaban venía un hombre á pie, caminando apriesa, y dando varazos á un macho que venía cargado de lanzas y de alabardas. Cuando llegó á ellos los saludó, y pasó de largo. Don Quijote le dijo:

—Buen hombre, deteneos, que parece que vais