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» aquellos encantadores que encantaron á toda la chusma que vuesa merced dice que ha visto y comunicado allá abajo, le encajaron en el magín ó la memoria toda esa máquina que nos ha contado, y todo aquello que por contar le queda.

—Todo eso pudiera ser, Sancho, replicó don Quijote, pero no es así, porque lo que he contado lo ví por mis propios ojos y lo toqué con mis mismas manos. Pero ¿qué dirás cuando te diga yo ahora como entre otras infinitas cosas y maravillas que me mostró Montesinos, las cuales despacio y á sus tiempos te las iré contando en el discurso de nuestro viaje, por no ser todas deste lugar, me mostró tres labradoras que por aquellos amenísimos campos iban saltando y brincando como cabras, y enas las hube visto cuando conocí ser la una la sin par Dulcinea del Toboso, y las otras dos aquellas mismas labradoras que venían con ella, que hallamos á la salida del Toboso? Pregunté á Montesinos si las conocía: respondióme que no; pero que él imaginaba que debían de ser algunas señoras principales encantadas, que pocos días había que en aquellos prados habían parecido; y que no me maravillase desto, porque allí estaban otras muchas señoras de los pasados y presentes siglos encantadas en diferentes y extrañas figuras, entre las cuales conocía él á la reina Ginebra y á su dueña Quintañona escanciando el vino á Lanzarote cuando de Bretaña vino.

Cuando Sancho Panza oyó decir esto á su amo, pensó perder el juicio ó morirse de risa; pero como él sabía la verdad del fingido encanto de Dulcinea, de quien él había sido el encantador y el levantador de tal testimonio, acabó de cono-