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son por encantamento, quizá á lo que á nosotros nos parece una hora debe parecer allá tres días con sus noches.

—Así será, respondió don Quijote.

— Y ha comido vuesa merced en todo ese tiempo, señor mío? preguntó el primo.

—No me he desayunado de bocado, respondió don Quijote, ni aun he tenido hambre ni por pensamiento.

Y los encantados comen? dijo el primo.

—No comen, respondió don Quijote, ni tienen escrementos mayores, aunque es opinión que les crecen las uñas, las barbas y los cabellos.

—6 Y duermen por ventura los encantados, señor? preguntó Sancho.

—No por cierto, respondió don Quijote, á lo menos en estos tres días que yo he estado con ellos ninguno ha pegado el ojo; ni yo tampoco.

—Aquí encaja bien el refrán, dijo Sancho, de dime con quién andas, decirte he quien eres: ándase vuesa merced con encantados ayunos y vigilantes; mirad si es mucho que ni coma ni duerma mientras con ellos anduviere; pero perdóneme vuesa merced, señor mío, si le digo que de todo cuanto aquí ha dicho, lléveme Dios, que iba á decir el diablo, si le creo cosa alguna.

—¿Cómo no? dijo el primo, ¿pues había de mentir el señor don Quijote, que aunque quisiera no ha tenido lugar para componer é imaginar tanto millón de mentiras?

—Yo no creo que mi señor miente, respondió Sancho.

—Si no, ¿qué crees? le preguntó don Quijote.

—Creo, respondió Sancho, que aquel Merlín, ó