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gino que no me dais crédito ó no me oís, de lo que yo recibo tanta pena cual Dios lo sabe. Unas nuevas os quiero dar ahora, las cuales ya que no sirven de alivio á vuestro dolor, no os lo aumentarán en ninguna manera. Sabed que tenéis aquí en vuestra presencia(y abrid los ojos y veréislo) aquel gran caballero de quien tantas cosas tiene profetizadas el sabio Merlín, aquel don Quijote de la Mancha, digo, que de nuevo y con mayores ventajas que en los pasados siglos ha resucitado en los presentes la ya olvidada andante caballería, por cuyo medio y favor podría ser que nosotros fuésemos desencantados, que las grandes hazañas para los grandes hombres están guardadas. Y cuando así no sea, respondió el lastimado Durandarte con voz desmayada y baja, cuando así no sea, oh primo, digo, paciencia y barajar; y volviéndose de lado tornó á su acostumbrado silencio sin hablar más palabra. Oyéronse en esto grandes alaridos y llantos acompañados de profundos gemidos y angustiados sollozos. Volví la cabeza, y vi por las paredes de cristal, que por otra sala pasaba una procesión de dos hileras de hermosísimas doncellas, todas vestidas de luto, con turbantes blancos sobre las cabezas al modo turquesco. Al cabo y al fin de las hileras venía una señora, que en la gravedad lo parecía, asimismo vestida de negro, con tocas blancas tan tendidas y largas que besaban la tierra. Su turbante era mayor dos veces que el mayor de algunas de las otras: era cejijunta, la nariz algo chata, la boca grande, pero colorados los labios: los dientes, que tal vez los descubría, mostraban ser ralos y no bien puestos, aunque eran blancos como unas peladas almen-