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una pequeña luz por unos resquicios ó agujeros, que lejos le responden, abiertos en la superficie de la tierra. Esta concavidad y espacio vi yo á tiempo cuando ya iba cansado y mohino de verme pendiente y colgado de la soga caminar por aquella escura región abajo sin llevar cierto ni determinado camino, y así determiné entrarme en ella y descansar un poco. Dí voces pidiéndoos que no descolgásedes más soga hasta que yo os lo dijese :

pero no debisteis de oirme. Fuí recogiendo la soga que enviábades, y haciendo de ella una rosca ó rimero me senté sobre él, pensativo á demás, considerando lo que hacer debía para calar al fondo, no teniendo quien me sustentase: y estando en este pensamiento y confusión, de repente y sin procurarlo me salteó un sueño profundísimo, y cuando menos lo pensaba, sin saber cómo ni cómo no, desperté dél, y me hallé en la mitad del más bello, ameno y deleitoso prado que puede criar la naturaleza, ni imaginar la más discreta imaginación humana. Despabilé los ojos, limpiémelos, y vi que no dormía, sino que realmente estaba despierto.

Con todo esto, me tenté la cabeza y los pechos por certificarme si era yo mismo el que allí estaba, ó alguna fantasma vana y contrahecha; pero el tacto, el sentimiento, los discursos concertados que entre mí hacía, me certificaron que yo era allí entonces el que soy aquí ahora. Ofrecióseme luego á la vista un real y suntuoso palacio ó alcázar, cuyos muros y paredes parecían de trasparente y claro cristal fabricados, del cual abriéndose dos grandes puertas vi que por ellas salía y hacia mí se venía un venerable anciano vestido con un capúz de bayeta morada, que por el suelo le arrastraba: ceñíale los hombros y los pechos una beca de