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peso, de que en extremo se alegraron. Finalmente, á las diez vieron distintamente á don Quijote, á quien dió voces Sancho diciéndole:

—«Sea vuesa merced muy bien vuelto, señor mío, que ya pensábamos que se quedaba allá para casta», pero no respondía palabra don Quijote, y sacándole del todo vieron que traía cerrados los ojos con muestras de estar dormido. Tendiéronle en el suelo y desliáronle, y con todo esto no despertaba. Pero. tanto le volvieron y revolvieron, sacudieron y menearon, que al cabo de un buen espacio volvió en sí, desperezándose bien como si de algún grave y profundo sueño despertase, y mirando á una y otra parte como espantado, dijo:

—Dios os lo perdone, amigos, que me habéis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado. En efecto, ahora acabo de conocer que todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño, ó se marchitan como la flor del campo. ¡Oh desdichado Montesinos! ¡Oh mal ferido Durandarte! ¡Oh sin ventura Belerma! ¡Oh lloroso Guadiana, y vosotras sin dicha, hijas de Ruidera, que mostráis en vuestras aguas las que lloraron vuestros hermosos ojos!

Con grande atención escuchaban el primo y Sancho las palabras de don Quijote, que las decía como sin con dolor inmenso las sacara de las entrañas. Suplicáronle les diese á entender lo que decía, y les dijese lo que en aquel infierno había visto.

7.

— Infierno le llamáis? dijo don Quijote; pues no le llaméis ansí, porque no lo merece, como luego veréis.

Pidió que le diesen algo de comer, que traía grandísima hambre. Tendieron la arpillera del primo sobre la verde yerba, acudieron á la despensa