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atrevería á dar consejo al que me lo pidiese, del modo que había de buscar la mujer con quien se quisiese casar. Lo primero le aconsejaría que mirase más á la fama que á la hacienda, porque la buena mujer no alcanza la buena fama solamente con ser buena, sino con parecerlo: que mucho más dañan á las honras de las mujeres las desenvolturas y libertades públicas, que las maldades secretas. Si traes buena mujer á tu casa, fácil cosa será conservarla y aún mejorarla en aquella bondad; pero si la traes mala, en trabajo te pondrá el enmendarla, que no es muy hacedero pasar de un extremo á otro. Yo no digo que sea imposible, pero téngolo por dificultoso.

Oía todo esto Sancho, y dijo entre sí:

—Este mi amo, cuando yo hablo cosas de meollo y de sustancia suele decir que podría yo tomar un púlpito en las manos y irme por ese mundo adelante predicando lindezas; y yo digo dél que cuando empieza á enhilar sentencias y á dar consejos, no sólo puede tomar un púlpito en las manos, sino dos en cada dedo, y andarse por esas plazas á qué quieres boca. Válate el diablo por caballero andante, que tantas cosas sabes: yo pensaba en mi ánima que sólo podía saber aquello que tocaba á sus caballerías, pero no hay cosa donde no pique y deje de meter su cucharada.

Murmuraba esto algo Sancho, y entreoyóle su señor, y preguntóle:

—¿Qué murmuras, Sancho?

—No digo nada ni murmuro de nada, respondió Sancho; sólo estaba diciendo entre mí que quisiera haber oído lo que vuesa merced aquí ha dicho antes que yo me casara, que quizá dijera yo ahora el buey suelto bien se lame.