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Todo lo oía Camacho, y todo le tenía suspenso y confuso, sin saber qué hacer ni qué decir; pero las voces de los amigos de Basilio fueron tantas, pidiéndole que consintiese que Quiteria le diese la mano de esposa, porque su alma no se perdiese partiendo desesperada desta vida, que le movieron y aun forzaron á decir que si Quiteria quería dársela, que él se contentaba, pues todo era dilatar por un momento el cumplimiento de sus deseos.

Luego acudieron todos á Quiteria, y unos con ruegos, y otros con lágrimas, y otros con eficaces razones la persuadían que diese la mano al pobre Basilio; y ella más dura que un mármol, y más sesga que una estatua, mostraba que ni sabía, ni podía, ni quería responder palabra, ni la respondiera si el cura no la dijera que se determinase presto en lo que había de hacer, porque tenía Basilio ya el alma en los dientes, y no daba lugar á esperar irresolutas determinaciones. Entonces la hermosa Quiteria sin responder palabra alguna, turbada al parecer, triste y pesarosa llegó donde Basilio estaba, ya los ojos vueltos, el aliento corto y apresurado, murmurando entre los dientes el nombre de Quiteria, dando muestras de morir como gentil y no como cristiano. Llegó en fin Quiteria, y puesta de rodillas le pidió la mano por señas y no por palabras. Desencajó los ojos Basilio, y mirándola atentamente le dijo:

—¡Oh, Quiteria, que has venido á ser piadosa á tiempo cuando tu piedad ha de servir de cuchillo que me acabe de quitar la vida, pues ya no tengo fuerzas para llevar la gloria que me das en escogerme por tuyo, .ni para suspender el dolor que tan apriesa me va cubriendo los ojos con la espantosa