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la acerada cuchilla, quedando el triste bañado en su sangre y tendido en el suelo, de sus mismas armas traspasado.

Acudieron luego sus amigos á favorecerle, condolidos de su miseria y lastimosa desgracia; y de"jando don Quijote á Rocinante, acudió á favorecerle, y le tomó en sus brazos, y halló que aun no había espirado. Quisiéronle sacar el estoque:

pero el cura, que estaba presente, fué de parecer que no se le sacasen antes de confesarle, porque el sacársele y el espirar sería todo á un tiempo. Pero volviendo un poco en sí Basilio, con voz doliente y desmayada dijo:

—Si quisieres, cruel Quiteria, darme en este último forzoso trance la mano de esposa, aún pensaría que mi temeridad tendría disculpa, pues que en ella alcancé el bien de ser tuyo. El cura oyendo lo cual, le dijo que atendiese á la salud del alma antes que á los gustos del cuerpo, y que pidiese muy de veras á Dios perdón de sus pecados y de su desesperada determinación. A lo cual replicó Basilio, que en ninguna manera se confesaría si primero Quiteria no le daba la mano de ser su esposa, que aquel contento le adobaría la voluntad y le daría aliento para confesarse.

En oyendo don Quijote la petición del herido, en altas voces dijo que Basilio pedía una cosa muy justa y puesta en razón, y además muy hacedera, y que el señor Camacho quedaría tan honrado recibiendo á la señora Quiteria viuda del valeroso.

Basilio, como si la recibiera del lado de su padre.

—Aquí no ha de haber más que un sí, que no tenga otro efecto que el pronunciarle, pues el tálamo destas bodas ha de ser la sepultura.