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dicador. Digote, Sancho, que si como tienes buen natural, tuvieras discreción, pudieras tomar un púlpito en la mano y irte por ese mundo predicando lindezas.

—Bien predica quien bien vive, respondió Sancho, y yo no sé otras teologías.

Ni las has menester, dijo don Quijote; pero yo no acabo de entender ni alcanzar cómo siendo el principio de la sabiduría el temor de Dios, tú, que temes más á un lagarto que á él, sabes tanto.

—Juzgue vuestra merced, señor, de sus caballerías, respondió Sancho, y no se meta en juzgar de los temores ó valentías agenas, que tan gentil temeroso soy yo de Dios, como cada hijo de vecino; y déjeme vuestra merced despabilar esta espuma, que lo demás todo son palabras ociosas, de que nos han de pedir cuenta en la otra vida.

Y diciendo esto comenzó de nuevo á dar asalto á su caldero, con tan buenos alientos que despertó los de don Quijote, y sin duda le ayudara si no lo impidiera lo que es fuerza se diga adelante.