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—Al paso que llevamos, respondió Sancho, antes que vuesa merced se muera estaré yo mascando barro, y entonces podrá ser que esté tan mudo que no hable palabra hasta la fin del mundo, ó por lo menos hasta el del juicio.

—Aunque eso así suceda, oh Sancho, respondió don Quijote, nunca llegará tu silencio á do ha llegado lo que has hablado, hablas y tienes de hablar en tu vida; y más que está muy puesto en razón natural que primero llegue el día de mi muerte que el de la tuya; y así jamás pienso verte mudo, ni aun cuando estés bebiendo ó durmiendo, que es lo que puedo encarecer.

—A buena fe, señor, respondió Sancho, que no hay que fiar en la descarnada, digo en la muerte, la cual tan bien come cordero como carnero; y á nuestro cura he oído decir, que con igual pie pisaba las altas torres de los reyes como las humildes chozas de los pobres. Tiene esta señora más de poder que de melindre; no es nada asquerosa, de todo come y á todo hace, y de toda suerte de gentes, edades y preeminencias hinche sus alforjas. No es segador que duerma las siestas, que á todas horas siega y corta así la seca como la verde yerba, y no parece que masca, sino que engulle y traga cuanto se le pone delante, porque tiene hambre canina, que nunca se harta; y aunque no tiene barriga, da á entender que está hidrópica y sedienta de beber todas las vidas de cuantos viven, como quien se bebe un jarro de agua fría.

—No más, Sancho, dijo á este punto don Quijote: tente en buenas, y no te dejes caer, que en verdad que lo que has dicho de la muerte por tus rústicos términos es lo que pudiera decir un buen pre-