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405sobre la haz de la tierra, pues sin tener invidia ni ser invidiado duermes con sosegado espíritu, ni te persiguen encantadores, ni sobresaltan encantamentos! Duermes, digo otra vez, y lo diré otras ciento, sin que te fengan en continua vigilia celos de tu dama, ni te desvelen pensamientos de pagar deudas que debas, ni de lo que has de hacer para comer otro día tú y tu pequeña y angustiada familia. Ni la ambición te inquieta, ni la pompa vana del mundo te fatiga, pues los límites de tus deseos no se extienden á más que á pensar tu jumento, que el de tu persona sobre mis hombros le tienes puesto: contrapeso y carga que puso la naturaleza y la costumbre á los señores. Duerme el criado y está velando el señor, pensando cómo le ha de sustentar, mejorar y hacer mercedes. La congoja de ver que el cielo se hace de bronce, sin acudir á la tierra con el conveniente rocío no aflige al criado, sino al señor que ha de sustentar en la esterilidad y hambre al que le sirvió en la fertilidad y abundancia.

A todo esto no respondió Sancho, porque dormía; ni despertara tan presto si don Quijote con el cuento de la lanza no le hiciera volver en sí. Despertó, en fin, soñoliento y perezoso, y volviendo el rostro á todas partes, dijo:

—De la parte desta enramada, si no me engaño, sale un tufo y olor harto más de torreznos asados, que de juncos y tomillos: bodas que por tales olores comienzan, para mi santiguada que deben ser abundantes y generosas.

—Acaba, glotón, dijo don Quijote: ven, iremos á ver estos desposorios por ver lo que hace el desdeñado Basilio.

—Más que haga lo que quisiere, respondió Sancho; no fuera él pobre y casárase con Quiteria.