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ca más le han visto reir ni hablar razón concertada, y siempre anda pensativo y triste hablando entre sí mismo, con que da ciertas y claras señales de que se le ha vuelto el juicio: come poco y duerme poco, y lo que come son frutas, y lo que duerme, si duerme es en el campo sobre la dura tierra, como animal bruto: mira de cuando en cuando al cielo, y otras veces clava los ojos en la tierra con tal embelesamiento, que no parece sino estatua vestida que el aire le mueve la ropa. En fin, él da tales muestras de tener apasionado el corazón, que tenemos todos los que le conocemos que al dar el si mañana la hermosa Quiteria ha de ser la sentencia de su muerte.

—Dios lo hará mejor, dijo Sancho, que Dios, que da la llaga, da la medicina: nadie sabe lo que está por venir: de aquí á mañana muchas horas hay, y en una, y aun en un momento se cae la casa y yo he visto llover y hacer sol todo á un mismo punto: tal se acuesta sano á la noche, que no se puede mover otro día. Y dígame, ¿por ventura habrá quien se alabe que tiene echado un clavo á la rodaja de la fortuna? No por cierto, y entre el sí y el no de la mujer no me atrevería yo á poner una punta de alfiler, porque no cabría: denme á mí que Quiteria quiera de buen corazón y de buena voluntad á Basilio, que yo le daré á él un saco de buena ventura; que el amor, según yo he oído decir, mira con unos antojos que hacen parecer oro al cobre, á la pobreza riqueza, y á las lagañas perlas.

—¿Adónde vas á parar, Sancho, que seas maldito? dijo don Quijote; que cuando comienzas á ensartar refranes y cuentos, no te puede esperar sino el mismo Judas, que te lleve. Dime, ani-