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que en agrado le viniese, que le servirían con la voluntad posible, que á ello les obligaba el valor de su persona y honrosa profesión suya. Llegóse en fin el día de su partida, tan alegre para don Quijote como triste y aciago para Sancho Panza, que se hallaba muy bien con la abundancia de la casa, de don Diego, y rehusaba de volvel á la hambre que se usa en las florestas y despoblados, y á la estrecheza de sus mal proveídas alforjas: con todo esto las llenó y colmó de lo más necesario que le pareció, y al despedirse dijo don Quijote á don Lorenzo:

No sé si he dicho á vuesa merced otra vez, y si lo he dicho lo vuelvo á decir, que cuando vuesa merced quisiere ahorrar caminos y trabajos para llegar á la inacesible cumbre del templo de la fama, no tiene que hacer otra cosa sino dejar á una parte la senda de la poesía, algo estrecha, y tomar la estrechísima de la andante caballeria, bastante para hacerle emperador en daca las pajas.

Con estas razones acabó don Quijote de cerrar el proceso de su locura, y más con las que añadió diciendo:

—Sabe Dios si quisiera llevar conmigo al señor don Lorenzo para enseñarle cómo se han de perdonar los sujetos, y supeditar y acocear los soberbios, virtudes anejas á la profesión que yo profeso; pero pues no lo pide su poca edad, ni lo querrán consentir sus loables ejercicios, sólo me contento con advertirle á vuesa merced, que siendo poeta podrá ser famoso si se guía más por el parecer ajeno que por el propio; porque no hay padre ni madre á quien sus hijos le parezcan feos, y en