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—No le sacarán del borrador de su locura cuantos médicos y escribanos tiene el mundo:

él es un entreverado loco lleno de lúcidos intervalos.

Fuéronse á comer, y la comida fué tal como don Diego había dicho en el camino que la solía dar á sus convidados, limpia, abundante y sabrosa ; pero de lo que más se contentó don Quijote fué del maravilloso silencio que en toda la casa había, que semejaba un monasterio de cartujos. Levantados pues los manteletes, y dadas gracias a Dios y agua á las manos, don Quijote pidió ahincadamente á don Lorenzo dijese los versos de la justa literaria. A lo que él respondió que por no parecer de aquellos poetas que cuando les ruegan digan sus versos lo niegan, y cuando no se los piden los vomitan, yo diré mi glosa, de la cual no espero premio alguno, que sólo por ejercitar el ingenio la he hecho.

—Un amigo y discréto, respondió don Quijote, era de parecer que no se había de cansar nadie en glosar versos, y la razón, decía él, era, que jamás la glosa podía llegar al texto; y que muchas ó las más veces iba la glosa fuera de la intención y propósito de lo que pedía lo que se glosaba; y más que las leyes de la glosa eran demasiadamente estrechas, que no sufrían interrogantes, ni «dijo,» ni «dice,» ni hacer nombres de verbos, ni mudar el sentido, con otras ataduras y estrechezas con que van atados los que glosan, como vuesa merced debe de saber.

—Verdaderamente, señor don Quijote, dijo don Lorenzo, que deseo coger á vuesa, merced en un mal latín continuado, y no puedo, porque se me desliza de entre las manos como anguila.