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caballero que la estudia y la profesa, y si se puede igualar á las más estiradas que en los ginasios y escuelas se enseñan.

—Si eso es así replicó don Lorenzo, yo digo que se aventaja esa ciencia á todas.

—¿Cómo si es así? respondió don Quijote.

—Lo que yo quiero decir, dijo don Lorenzo, es que dudo que haya habido ni que los haya ahora caballeros andantes y adornados de virtudes tantas.

—Muchas veces he dicho lo que vuelvo á decir ahora, respondió don Quijote, que la mayor parte de la gente del mundo está de parecer de que no ha habido en él caballeros andantes; y por parecerme á mí que, si el cielo milagrosamente no les da á entender la verdad de que los hubo y de que los hay, cualquier trabajo que se tome ha de ser en vano, como muchas veces me lo ha mostrado la experiencia, no quiero detenerme ahora en sacar á vuesa merced del error que con los muchos tiene; lo que pienso hacer es rogar al cielo le saque dél, y le dé á entender cuán provechosos y cuán necesarios fueron al mundo los caballeros andantes en los pasados siglos, y cuán útiles fueran en el presente si se usaran: pero triunfan ahora por pecados de las gentes la pereza, la ociosidad, la gula y el regalo.

—Escapado se nos ha nuestro huésped, dijo á esta sazón entre sí don Lorenzo: pero con todo eso él es loco bizarro, y yo sería mentecato flojo si así no lo creyese.

Aquí dieron fin á su plática porque los llamaron á comer. Preguntó don Diego á su hijo qué había sacado en limpio del ingenio del huésped. A lo que él respondió: