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viuda en algún despoblado, que un cortesano caballero requebrando á una doncella en las ciudades. Todos los caballeros tienen sus particulares ejercicios: sirva á las damas el cortesano, autorice la corte de su rey con libreas, sustente los caballeros pobres con el espléndido plato de su mesa, concierte justas, mantenga torneos, y muéstrese grande, liberal y magnífico, y buen cristiano sobre todo, y desta manera cumplirá con sus precisas obligaciones; pero el andante caballero busque los rincones del mundo, éntrese en los más intrincados laberintos, acometa á cada paso lo imposible, resista en los páramos despobládos los ardientes rayos del sol en la mitad del verano, y en el invierno la dura inclemencia de los vientos y de los hielos: no le asombren los leones, ni le espanten vestiglos, ni atemoricen endriagos, que buscar éstos, acometer aquéllos y vencerlos á todos, son sus principales y verdaderos ejercicios. Yo pues, como me cupo en suerte ser uno del número de la andante caballería, no puedo dejar de acometer todo aquello que á mí me pareciere que cae debajo de la jurisdicción de mis ejercicios; y así el acometer los leones que ahora acometí, derechamente me tocaba, puesto que conocí ser temeridad exorbitante; porque bien sé lo que es valentía, que es una virtud que está puesta entre dos extremos viciosos, como son la cobardía y la temeridad; pero menos mal será que el que es valiente toque y suba al punto de temerario, que no baje y toque en el punto de cobarde: que así como es más fácil venir el pródigo á ser liberal, que el avaro, así es más fácil dar el temerario en verdadero valiente, que no el cobarde su