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cuerdo y ya por loco, porque lo que hablaba era concertado, elegante y bien dicho, y lo que hacia disparatado, temerario y tonto; y decía entre sí:

—¿Qué más locura puede ser que ponerse la celada llena de requesones, y darse á entender que le ablandaban los cascos los encantadores? ¿Y qué mayor temeridad y disparate que querer pelear por fuerza con los leones?

Destas imaginaciones y deste soliloquio le sacó don Quijote, diciéndole:

—¿Quién duda, señor don Diego de Miranda, que vuesa merced no me tenga en su opinión por un hombre disparatado y loco? Y no sería mucho que así fuese, porque mis obras no pueden dar testimonio de otra cosa: pues con todo esto, quiero que vuestra merced advierta, que no soy tan loco ni tan menguado como debo de haberle parecido. Bien parece un gallardo caballero á loá ojos de su rey en la mitad de una gran plaza dar una lanzada con felice suceso á un bravo toro :

bien parece un caballero armado de resplandecientes armas pasar la tela en alegres justas delante de las damas, y bien parecen todos aquellos caballeros que en ejercicios militares, ó que lo parezcan, entretienen y alegran, y si se puede decir, honran las cortes de sus príncipes; pero sobre todos estos parece mejor un caballero andante, que por los desiertos, por las soledades, por las encrucijadas, por las selvas y por los montes anda buscando peligrosas aventuras con intención de darles dichosa y bien afortunada cima, sólo para alcanzar gloriosa fama y duradera. Mejor parece, digo, un caballero andante socorriendo á una