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buen espacio abierta la puerta de la jaula, y que, por haber él dicho á aquel caballero que era tentar á Dios irritar al león para que por fuerza saliese, como él quería que se irritase, mal de su grado y contra toda su voluntad había permitido que la puerta se cerrase.

—¿Qué te parece desto, Sancho, dijo don Quijote, hay encantos que valgan contra la verdadera valentía? Bien podrán los encantadores quitar me la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible.

Dió los escudos Sancho, unció el carretero, besó las manos el leonero á don Quijote por la merced recibida, y prometióle de contar aquella valerosa hazaña al mismo Rey cuando en la corte se viese. Pues si acaso su Majestad preguntare quién la hizo, diréisle que el «Caballero de los Leones» que de aquí adelante quiero que en este se trueque, cambie, vuelva y mude el que hasta aquí he tenido del caballero de la Triste Figura; y en esto sigo la antigua usanza de los andantes caballeros, que se mudaban los nombres cuando querían, ó cuando les venía á cuento.

Siguió su camino el carro, y don Quijote, Sancho y el del Verde Gabán prosiguieron el suyo.

En todo este tiempo no había hablado don Diego de Miranda, todo atento á mirar y anotar los hechos y palabras de don Quijote, pareciéndole que era un cuerdo loco, y un loco que tiraba á cuerdo. No había aún llegado á su noticia la primera parte de su historia, que si la hubiera leído, cesara la admiración en que lo ponían sus hey sus palabras, pues ya supiera el género de su locura; pero como no lo sabía, ya le tenía por