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<—377 yo le esperé, él no salió, volvíle á esperar, volvió á no salir, y volvióse á acostar. No debo más y encantos afuera, y Dios ayude á la razón y á la verdad, y á la verdadera caballería, y cierra, como he dicho, en tanto que hago señas á los huídos y ausentes para que sepan de tu boca esta hazaña.

Hízolo así el leonero, y don Quijote poniendo en la punta de la lanza el lienzo con que se había limpiado el rostro de la lluvia de los requesones, comenzó á llamar á los que no dejaban de huir ni de volver la cabeza á cada paso, todos en tropa y antecogidos del hidalgo; pero alcanzando Sancho á ver la señal del blanco paño, dijo:

—Que me maten si mi señor no ha vencido á las fieras bestias, pues nos llama.

Detuviéronse todos, y conocieron que el que hacia las señas era don Quijote, y perdiendo alguna parte del miedo, poco a poco se vinieron acercando hasta donde claramente oyeron las voces de don Quijote, que los llamaba. Finalmente, volvieron al carro, y en llegando dijo don Quijote al carretero:

—Volved, hermano, á uncir vuestras mulas y á proseguir vuestro viaje; y tú, Sancho, dale dos escudos de oro para él y para el leonero, en recompensa de lo que por mí se han detenido.

—Esos daré yo de muy buena gana, respondió Sancho, pero ¿qué se han hecho los leones? ¿Son muertos ó vivos?

Entonces el leonero menudamente y por sus pausas contó el fin de la contienda, exagerando, como él mejor pudo y supo, el valor de don Quijote, de cuya vista el león acobardado no quiso ni osó salir de la jaula, puesto que había tenido un