Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo II (1908).pdf/380

Esta página no ha sido corregida
— 376 —

<—376ojos y se lavó el rostro: hecho esto sacó la cabeza fuera de la jaula, y miró á todas partes con los ojos hechos brasas, vista y ademán para poner espanto á la misma temeridad. Solo don Quijote lo miraba atentamente, deseando que saltase ya del carro y viniese con él á las manos, entre las cuales pensaba hacerle pedazos.

Hasta aquí llegó el extremo de su jamás vista locura. Pero el generoso león, más comedido que arrogante, no haciendo caso de niñerías ni de bravatas, después de haber mirado á una y otra parte, como se ha dicho, volvió las espaldas y enseñó sus traseras partes á don Quijote, y con gran flema y remanso se volvió á echar en la jaula: viendo lo cual don Quijote mandó al leonero que le diese de palos, y le irritase para echarle fuera.

—Eso no haré yo, respondió el leonero, porque si yo le instigo, el primero á quien hará pedazos será á mí mismo. Vuesa merced, señor caballero, se contente con lo hecho, que es todo lo que puede decirse en género de valentía, y no quiera tentar segunda fortuna: el león tiene abierta la puerta, en su mano está salir ó no salir; pero pues no ha salido hasta ahora, no saldrá en todo el día: la grandeza de corazón de vuesa merced ya está bien declarada: ningún bravo peleante, según á mí se me alcanza, está obligado á más que á desafiar á su enemigo y esperarle en campaña; y si el contrario no acude, en él se queda la infamia, y el esperante gana la corona del vencimiento.

—Así es verdad, respondió don Quijote: cierra, amigo, la puerta, y dame por testimonio, en la mejor forma que pudieres, lo que aquí me has visto hacer; conviene á saber, como tú abriste al león,