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presto verás que trabajas en vano, y que pudieras ahorrar desta diligencia.

Apeóse el carretero y desunció á gran priesa, y el leonero dijo á grandes voces:

—Séanme testigos cuantos aquí están, como contra mi voluntad y forzado abro las jaulas y suelto los leones, y de que protesto á este señor, que todo el mal y daño que estas bestias hicieren corra y vaya por su cuenta, con más mis salarios y derechos. Vuestras mercedes, señores, se pongan en cobro antes que abra, que yo seguro estoy que ro me han de hacer daño.

Otra vez le persuadió el hidalgo que no hiciera locura semejante, que era tentar á Dios acometer tal disparate. A lo que respondió don Quijote, que él sabía lo que hacía. Respondióle el hidalgo que lo mirase bien, que él entendía que se engañaba.

—Ahora, señor, replicó don Quijote, si vuesa merced no quiere ser oyente desta que á su parecer ha de ser tragedia, pique la tordilla y póngase en salvo.

Oido lo cual por Sancho, con lágrimas en los ojos le suplicó desistiese de tal empresa, en cuya comparación habían sido tortas y pan pintado la de los molinos de viento, y la temerosa de los batanes, y finalmente todas las hazañas que había acometido en todo el discurso de su vida.

—Mire, señor, decía Sancho, que aquí no hay encanto ni cosa que lo valga, que yo he visto por entre las verjas y resquicios de la jaula una uña de león verdadero, y saco por ella que el tal león, cuya debe de ser la tal uña, es mayor que una montaña.

—El miedo á lo menos, respondió don Quijote,