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<—371—El carro es mío, lo que va en él son dos bravos leones enjaulados, que el general de Orán envía á la corte, presentados á su Majestad; las banderas son del Rey nuestro señor en señal que aquí va cosa suya.

—¿ Y son grandes los leones? preguntó don Quijote.

—Tan grandes, respondió el hombre que iba á la puerta del carro, que no han pasado mayores ni tan grandes de Africa á España jamás: y yo soy el leonero, y he pasado otros, pero como estos ninguno: son hembra y macho, el macho va en esta jaula primera, y la hembra en la de detrás, y ahora van hambrientos porque no han comido hoy, y así vuesa merced se desvíe que es menester llegar presto donde les demos de comer.

A lo que dijo don Quijote, sonriéndose un poco:

—Leoncitos á mí? ¿A mí leoncitos, y á tales horas? Pues por Dios que hán de ver esos señores que acá los envían, si soy yo hombre que se espanta de leones. Apeaos, buen hombre, y pues sois el leonero, abrid esas jaulas y echadme esas bestias fuera, que en mitad desta campaña les daré á conocer quién es don Quijote de la Mancha, á despecho y pesar de los encantadores que á mí los envían.

—Ta, ta, dijo á esta sazón entre sí el hidalgo:

dado ha señal de quién es nuestro buen caballero; los requesones sin duda le han ablandado los cascos y madurado los sesos.

Llegóse en esto á él Sancho, y díjole:

—Señor, por quien Dios es, que vuesa merced haga de manera que mi señor don Quijote no se tome con estos leones, que si se toma, aquí nos han de hacer pedazos á todos.