Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo II (1908).pdf/373

Esta página no ha sido corregida
— 369 —

pequeñas, que le dieron á entender que el tal carro debía de traer moneda de su Majestad, y así se lo dijo á don Quijote: pero él no le dió crédito, siempre creyendo y pensando que todo lo que le sucediese habían de ser aventuras y más aventuras, y así respondió al hidalgo:

—Hombre apercebido, medio combatido: no se pierde nada en que yo me aperciba, que sé por experiencia que tengo enemigos visibles é invisibles, y no sé cuándo ni adónde, ni en qué tiempo, ni en qué figuras me han de acometer; y volviéndose á Sancho le pidió la celada, la cual, como no tuvo lugar de sacar los requesones, le fué forzoso dársela como estaba.

Tomóla don Quijote, y sin que echase de ver lo que dentro venía, con toda priesa se la encajó en la cabeza; y como los requesones se apretaron y exprimieron, comenzó á correr el suero por todo el rostro y barbas de don Quijote, de lo que recibió tal susto que dijo á Sancho:

—¿Qué será esto, Sancho, que me parece que se me ablandan los cascos, ó se me derriten los sesos, ó que sudo de los pies á la cabeza? y si es que sudo, en verdad que no es de miedo: sin duda creo que es terrible la aventura que ahora quiere sucederme: dame si tienes con que me limpie, que el copioso sudor me ciega los ojos.

Calló Sancho, y dióle un paño, y dió con él gracias á Dios de que su señor no hubiera caído en el caso. Limpióse don Quijote, y quitóse la celada por ver qué cosa era la que á su parecer lé enfriaba la cabeza, y viendo aquellas gachas blancas dentro de la celada, las llegó á las narices, y en oliéndolas dijo:

DON QUIJOTE .—21 TOMO II

VOL . 316