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en general, como tan elegantemente él lo hizo, alábele, porque lícito es al poeta escribir contra la envidia, y decir en sus versos mal de los envidiosos, y así de los otros vicios, con que no señale persona alguna; pero hay poetas que á trueco de decir una malicia se pondrán á peligro que los destierren á las islas de Ponto. Si el poeta fuere casto en sus costumbres, lo será también en sus versos: la pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos; y cuando los reyes ó príncipes ven la milagrosa ciencia de la poesía en sujetos prudentes, virtuosos y graves, los honran, los estiman y los enriquecen, y aun los coronan con las hojas del árbol á quien no ofende el rayo, como en señal que no han de ser ofendidos de nadie los que con tales coronas ven honradas y adornadas sus sienes.

Admirado quedó el del Verde Gabán del razonamiento de don Quijote, y tanto, que fué perdiendo de la opinión que con él tenía de ser mentecato.

Pero á la mitad desta plática, Sancho, por no ser muy de su gusto, se había desviado del camino á pedir un poco de leche á unos pastores que allí junto estaban ordeñando unas ovejas: y en esto ya volvía á renovar la plática el hidalgo, satisfecho en extremo de la discreción y buen discurso de don Quijote, cuando alzando don Quijote la cabeza vió que por el camino por donde ellos iban, venía un carro lleno de banderas reales; y creyendo que debía de ser alguna nueva aventura, á grandes voces llamó á Sancho que viniese á darle la celada: el cual Sancho, oyéndose llamar, dejó á los pastores, y á toda priesa picó al rucio, llegó donde su amo estaba, á quien sucedió una espantosa y desatinada aventura.