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la teologia. Quisiera yo que fuera corona de su linaje, pues vivimos en siglo donde nuestros reyes premian altamente las virtuosas y buenas letras; porque letras sin virtud son perlas en el muladar.

Todo el día se lo pasa en averiguar si dijo bien ó mal Homero en tal verso de la Iliada, si Marcial anduvo deshonesto ó no en tal epigrama, si se han de entender de una manera ó otra tales y tales versos de Virgilio. En fin todas sus conversaciones son con los libros de los referidos poetas, y con los de Horacio, Persio, Juvenal y Tíbulo; que de los modernos romancistas no hace mucha cuenta; y con todo el mal cariño que muestra tener á la poesía de romance, le tiene agora desvanecidos los pensamientos el hacer una glosa á cuatro versos que le han enviado de Salamanca, y pienso que son de justa literaria.

A todo lo cual respondió don Quijote:

—Los hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y así se han de querer ó buenos ó malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida: á los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que cuando grandes sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de su posterioridad; y en lo de forzarles que estudien esta ó aquella ciencia, no lo tengo por acertado, aunque el persuadirles no sea dañoso: y cuando no se ha de estudiar para pane lucrando, siendo tan venturoso el estudiante que le dió el cielo padres que se lo dejen, sería yo de parecer que le dejen seguir aquella ciencia á que más le vieren inclinado; y aunque la de la poesía es menos útil que deleitable, no es de aquellas que suelen deshonrar á quien las posee. La poesía, se-