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yegua se pasaba de largo; pero don Quijote le dijo:

—Señor galán, si es que vuesa merced lleva el camino que nosotros, y no importa el darse priesa, merced recibiría en que nos fuésemos juntos.

—En verdad, respondió el de la yegua, que no me pasara tan de largo si no fuera por temor que con la compañía de mi yegua no se alborotara ese caballo.

—Bien puede, señor, respondió á esta sazón Sancho, bien puede tener las riendas á su yegua, porque nuestro caballo es el más honesto y bien mirado del mundo; jamás en semejantes ocasiones ha hecho vileza alguna, y una vez que se desmandó á hacerla la lastamos mi señor y yo con las setenas. Digo otra vez que puede vuesa merced detenerse si quiere, que aunque se la den entre dos platos, á buen seguro que el caballo no la arrostru Detuvo la rienda el caminante admirándose de la apostura y rostro de don Quijote, el cual iba sin celada, que la llevaba Sancho como maleta en el arzón delantero de la albarda del rucio; y si mucho miraba el de lo Verde á don Quijote, mucho más miraba don Quijote al de lo Verde, pareciéndole hombre de chapa: la edad mostraba ser de cincuenta años, las canas pocas, y el rostro aguileño, la vista entre alegre y grave: finalmente en el traje y apostura daba á entender ser hombre de buenas prendas. Lo que juzgó de don Quijote de la Mancha el de lo Verde fué, que semejante manera ni parecer de hombre no le había visto jamás:

admiróle la longura de su caballo, la grandeza de su cuerpo, la flaqueza y am rille su rostro, sus armas, su ademán y compostura, figura y retrato no visto por luengos tiempos atrás en aquella