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CAPITULO XVI

De lo que sucedió á don Quijote con un discreto caballero de la Mancha.

Con la alegría, contento y ufanidad que se ha dicho, seguía don Quijote su jornada, imaginándose por la pasada victoria ser el caballero andante más valiente que tenía en aquella edad el mundo:

daba por acabadas y á felice fin conducidas cuantas aventuras pudiesen sucederle de allí en adelante; tenía en poco á los encantos y á los encantadores, no se acordaba de los innumerables palos que en el discurso de sus caballerías le habían dado, ni de la pedrada que le derribó la mitad de los dientes, ni del desagradecimiento de los galeotes, ni del atrevimiento y lluvia de estacas de los yangüeses. Finalmente decía entre sí que si él hallara arte, modo ó manera como desencantar á su señora Dulcinea, no envidiara á la mayor ventura que alcanzó ó pudo alzanzar el más venturoso caballero andante de los pasados siglos. En estas imaginaciones iba todo ocupado, cuando Sancho le dijo:

—No es bueno, señor, que aun todavía traigo entre los ojos las desaforadas narices y mayores de marca de mi compadre Tomé Cecial?

—Y crees tú, Sancho, por ventura, que el caba-