Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo II (1908).pdf/353

Esta página no ha sido corregida
— 349 —

róse en la mitad de la carrera, de lo que el caballoquedó agradecidísimo á causa de que ya no podía moverse. Don Quijote, que le pareció que ya su enemigo venía volando, arrimó reciamente las espuelas á las trasijadas ijadas de Rocinante, y le hizo aguijar de manera, que cuenta la historia que esta sola vez se conoció haber corrido algo, porque todas las demás siempre fueron trotes declarados, y con esta no vista furia llegó donde el de los Espejos estaba hincando á su caballo las espuelas hasta los botones, sin que le pudiese mover un sólo dedo del lugar donde había hecho estanco de su carrera. En esta buena sazón y coyuntura halló don Quijote á su contrario, embarazado con su caballo y ocupado con su lanza, que nunca ó no acertó ó no tuvo lugar de ponerla en ristre. Don Quijote que no miraba en estos inconvenientes, á salvamano y sin peligro alguno encontró al de los Espejos con tanta fuerza, que mal de su grado le hizo venir al suelo por las ancas del caballo, dando tal caída, que sin mover pie ni mano dió señales de que estaba muerto. Apenas le vió caído Sancho, cuando se deslizó del alcornoque, y á toda priesa vino donde su señor estaba, el cual apeándose de Rocinante, fué sobre el de los Espejos, y quitándole las lazadas del yelmo para ver si era muerto, y para que le diese el aire si acaso estaba vivo, vió... ¿quién podrá decir lo que vió sin causar admiración, maravilla y espanto á los que lo oyeren? Vió, dice la historia, el rostro mesmo, la misma figura, el mesmo aspecto, la misma fisonomía, la mesma efigie, la perspectiva mesma del bachiller Sansón Carrasco, y así como la vió, en altas voces dijo: