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sentar junto á sí, y le rogó que se quitase el embozo. Ella miró al cautivo, como si le preguntara le dijese lo que decían, y lo que ella haría. El en lengua arábiga le dijo que le pedían se quitase el embozo, y que lo hiciese; y así se lo quitó, y descubrió un rostro tan hermoso, que Dorotea la tuvo por más hermosa que á Luscinda, y Luscinda por más hermosa que á Dorotea, y todos los circunstantes conocieron, que si alguno se podría igualar al de las dos, era el de la mora; y aun hubo algunos que le aventajaron en alguna cosa. Y como la hermosura tenga prerrogativa y gracia de reconciliar los ánimos y atraer las voluntades, luego se rindieron todos al deseo de servir y acariciar á la hermosa mora. Preguntó don Fernando al cautivo cómo se llamaba la mora, el cual respondió que Lela Zoraida; y así como esto oyó ella, entendió lo que le habían preguntado al cristiano, y dijo con mucha priesa, llena de congoja y donaire: «No, no Zoraida, María, María,» dando á entender que se llamaba María y no Zoraida. Estas palabras y el grande afecto con que la mora las dijo, hicieron derramar más de una lágrima á algunos de los que las escucharon, especialmente á las mujeres, que de su naturaleza son tiernas y compasivas. Abrazóla Luscinda con mucho amor, diciéndole: Sí, sí, María, María, á lo cual respondió la mora: «Sí, sí, María: Zoraida macange», que quiere decir «no». Ya en esto llegaba la noche, y por orden de los que venían con don Fernando había el ventero puesto diligencia y cuidado en aderezarles de cenar lo mejor que á él le fué posible. Llegada pues la hora, sentáronse todos á una larga mesa como de tinelo, porque no la había redonda ni cuadrada en la venta, y