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do y estaban todos juntos. En el camino dijo el del Bosque á Sancho:

—Ha de saber, hermano, que tienen por costumbre los peleantes de la Andalucía, cuando son padrinos de alguna pendencia, no estarse ociosos mano sobre mano en tanto que sus ahijados riñen: dígolo porque esté advertido que mientras nuestros dueños riñeren, nosotros también hemos de pelear y hacernos astillas.

—Esa costumbre, señor escudero, respondió Sancho, allá puede correr y pasar con los rufianes y peleantes que dice: pero con los escuderos de los caballeros andantes, ni por pienso: á lo menos yo no he oido decir á mi amo semejante costumbre, y sabe de memoria todas las ordenanzas de la andante caballería: cuanto más que yo quiero que sea verdad y ordenanza expresa el pelear los escuderos en tanto que sus señores pelean; pero yo no quiero cumplirla, sino pagar la pena que estuviere puesta á los tales pacíficos escuderos, que yo aseguro que no pase de dos libras de cera, y más quiero pagar las tales libras que sé que me costarán menos, que las hilas que podré gastar en curarme la cabeza, que ya me la cuento por partida y dividida en dos partes: hay más, que me imposibilita el reñir el no tener espada, pues en mi vida me la puse.

—Para eso sé yo un buen remedio, dijo el del Bosque: yo aquí traigo dos talegas de lienzo de un mesmo tamaño: tomaréis vos la una, y yo la otra y reñiremos á talegazos con armas iguales.

—Desa manera sea en buena hora, respondió Sancho, porque antes servirá la tal pelea de despolvorearnos que de herirnos.

—No ha de ser así, replicó el otro, porque se