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páis que mi destino, ó por mejor decir mi elección, me trujo á enamorar de la sin par Casildea de Vandalia: llámola sin par porque no le tiene, así en la grandeza del cuerpo, como en el extremo del estado y de la hermosura. Esta tal Casildea pues, que voy contando, pagó mis buenos pensamientos y comedidos deseos con hacerme ocupar, como su madrina á Hércules, en muchos y diversos peligros, prometiéndome al fin de cada uno que en el fin del otro llegaría el de mi esperanza; pero así se han ido eslabonando mis trabajos, que no tienen cuento, ni yo sé cuál ha de ser el último que dé principio al cumplimiento de mis buenos deseos.

Una vez me mandó que fuese á desafiar á aquella famosa giganta de Sevilla llamada la Giralda, que es tan valiente y fuerte como hecha de bronce, y sin mudarse de un lugar es la más movible y voltaria mujer del mundo. Llegué, víla, y vencíla, é hícela estar queda y á raya (porque en más de una semana no soplaron sino vientos nortes). Vez también hubo que me mandó fuese á tomar en peso las antiguas piedras de los valientes Toros de Guisando empresa más para encomendarse á ganapanes que á caballeros. Otra vez mandó que me precipitase y sumiese en la sima de Cabra: 1 peligro inaudito y temeroso! y que le trujese particular relación de lo que en aquella escura profundidad se encierra. Detuve el movimiento á la Giralda, pesé los Toros de Guisando, despeñéme en la sima, y saqué á luz lo escondido de su abismo, y mis esperanzas muertas que muertas, y mandamientos y desdenes vivos que vivos. En resolución, últimamente me ha mandado que discurra por las provincias de España, y haga confesar á todos