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la puso en las manos á Sancho, el cual empinándola puesta á la boca estuvo mirando las estrellas un cuarto de hora, y en acabando de beber dejó caer la cabeza á un lado, y dando un gran suspiro dijo:

— Oh, hideputa bellaco, y cómo es católico!

—Veis ahí, dijo el del Bosque, en oyendo el hideputa de Sancho, cómo habéis alabado este vino llamándole hideputa?

—Digo, respondió Sancho, que confieso que conozco que no es deshonra llamar hijo de puta á nadie cuando cae debajo del entendimiento de alabarle. Pero dígame, señor, por el siglo de lo que más quiere, ¿este vino es de Ciudad Real?

Bravo mojón! respondió el del Bosque, en verdad que no es de otra parte, y que tiene algunos años de ancianidad.

—A mí con eso, dijo Sancho, no toméis menos sino que me fuera á mí por alto dar alcance á su conocimiento. ¿No será bueno, señor escudero, tenga yo un instinto tan grande y tan natural en esto de conocer vinos, que en dándome á oler cualquiera, acierto la patria, el linaje, el sabor y la dura, y las vueltas que ha de dar, con todas las circunstancias al vino atañederas? Pero no hay de qué maravillarse, si tuve en mi linaje, por parte de mi padre, los dos más excelentes mojones que en luengos años conoció la Mancha; para prueba de lo cual les sucedió lo que ahora diré. Diéronles á los dos á probar del vino de una cuba, pidiéndoles su parecer del estado, cualidad, bondad ó malicia del vino. El uno lo probó con la punta de la lengua, el otro no hizo más de llegarlo á las narices. El primero dijo que aquel vino sabía á hierro, DON QUIJOTE .—22 TOMO II

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