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bustes le gruñen en las entrañas, y ello dirá antes de muchas horas.

—No hay camino tan llano, replicó Sancho, que no tenga algún tropezón ó barranco: en otras casas cuecen habas y en la mía á calderadas; más acompañados y apaniguados debe de tener la locura que la discreción; mas si es verdad lo que comunmente se dice, el tener compañeros en los trabajos suele servir de alivio en ellos, con vuesa merced podré consolarme, pues sirve á otro amo, tan tonto como el mío.

—Tonto, pero valiente, respondió el del Bosque; y más bellaco que tonto y que valiente.

—Eso no es el mío, respondió Sancho: digo que no tiene nada de bellaco; antes tiene un alma como un cántaro: no sabe hacer mal á nadie, sino bien á todos, ni tiene malicia alguna: un niño le hará entender que es de noche en la mitaddel día; y por esta sencillez le quiero como á las telas de mi corazón; y no me amaño á dejarle por más disparates que haga.

—Con todo eso, hermano y señor, dijo el del Bosque, si el ciego guía al ciego, ambos van á peligro de caer en el hoyo. Mejor es retirarnos con buen compás de pies, y volvernos á nuestras querencias, que los que buscan aventuras no siempre las hallan buenas.

—Escupía Sancho á menudo al parecer un cierto género de saliva pegajosa y algo seca, lo cual visto y notado por el caritativo y bosqueril escudero, dijo:

—Paréceme que de lo que hemos hablado se nos pegan al paladar las lenguas; pero yo traigo un despegador pendiente del arzón de mi caballo, que es tal como bueno: y levantándose volvió des-