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y así dice, que apartándose un poco dellos, el del Bosque dijo á Sancho:

—Trabajosa vida es la que pasamos y vivimos, señor mío, estos que somos escuderos de caballeros andantes; en verdad que comemos el pan con el sudor de nuestros rostros, que es una de las maldiciones que echó Dios á nuestros primeros padres.

—También se puede decir, añadió Sancho, que lo comemos con el hielo de nuestros cuerpos, porque ¿quién más calor y más frío que los miserables escuderos de la andante caballería? Y aun menos mal si comiéramos, pues los duelos con pan son menos; pero tal vez hay que se nos pasa un día y dos sin desayunarnos si no es el viento que sopla.

—Todo eso se puede llevar y conllevar, dijo el del Bosque, con la esperanza que tenemos del premio; porque si demasiadamente no es desgraciado el caballero andante á quien un escudero sirve, por lo menos á pocos lances se verá premiado con un hermoso gobierno de cualquier insula, ó con un condado de buen parecer.

—Yo, replicó Sancho, ya he dicho á mi amo que me contento con el gobierno de alguna insula: y él es tan noble y liberal que me la ha prometido muchas y diversas veces.

—Yo, dijo el del Bosque, con un canonicato quedaré satisfecho de mis servicios, y ya me lo tiene mandado mi amo.

—¿ Y qué tal? Debe de ser, dijo Sancho, su amo de vuestra merced caballero á lo eclesiástico, y podrá hacer esas mercedes sus buenos escuderos; pero el mío es meramente lego: aun yo me acuerdo cuando le querían aconsejar per-