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gotes, y la barba muy bien puesta: en resolución, él mostraba en su apostura que si estuviera bien vestido, le juzgaran por persona de calidad y bien nacida. Pidió en entrando un aposento, y como le dijeron que en la venta no le había, mostró recebir pesadumbre, y llegándose á la que en el traje parecía mora, la apeó en sus brazos. Luscinda, Dorotea, la ventera, su hija y Maritornes, llevadas del nuevo y para ellas nunca visto traje, rodearon á la mora; y Dorotea, que siempre fué agraciada, comedida y discreta, pareciéndole que así ella como el que la traía se acongojaban por la falta del aposento, le dijo:

—No os dé mucha pena, señora mía, la incomodidad de regalo que aquí falta, pues es propio de ventas no hallarle en ellas; pero con todo esto, si gustáredes de posar con nosotras, señalando á Luscinda, quizás en el discurso deste camino habréis hallado otros no tan buenos acogimientos.

No respondió nada á esto la embozada, ni hizo otra cosa que levantarse de donde sentado se había, y puestas entrambas manos cruzadas sobre el pecho, inclinada la cabeza, dobló el cuerpo en señal de que lo agradecía. Por su silencio imaginaron que sin duda alguna debía de ser mora, y que no sabía hablar cristiano. Llegó en esto el cautivo, que entendiendo en otra cosa hasta entonces había estado, y viendo que todas tenían cercada á la que con él venía y que ella á cuanto le decían callaba, dijo:

—Señoras mías, esta doncella apenas entiende mi lengua, ni sabe hablar otra ninguna sino conforme á su tierra, y por esto no debe haber respondido ni responde á lo que se le ha preguntado.

—No se le pregunta otra cosa ninguna, respon-