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po qu ó las más veces que Sancho quería hablar de oposición y á lo cortesano, acababa su razón con despeñarse del monte de su simplicidad al profundo de su ignorancia; y en lo que él se mostraba más elegante y memorioso era en traer refranes, viniesen ó no viniesen á pelo de lo que trataba, como se habrá visto y se habrá notado en el discurso desta historia. En estas y otras pláticas se les pasó gran parte de la noche, y á Sancho le vino en voluntad de dejar caer las compuertas de los ojos, como él decía cuando quería dormir, y desaliñando al rucio le dió pasto abundoso y libre. No quitó la silla á Rocinante, por ser expreso mandamiento de su señor que en el tiemanduviésen en campaña, ó no durmiesen debajo de techado, no desaliñase á Rocinante, antigua usanza establecida y guardada de los andantes caballeros, quitar el freno y colgarle del arzón de la silla; pero ¿quitar la silla al caballo?

guarda: y así lo hizo Sancho, y le dió la misma libertad que al rucio, cuya amistad dél y de Rocinante fué tan única y tan trabada, que hay fama por tradición de padres á hijos, que el autor desta verdadera historia hizo particulares capítulos della; más que por guardar la decencia y decoro que á tan heroica historia se debe, no los puso en ella, puesto que algunas veces se descuida deste su presupuesto, y escribe que así como las dos bestias se ajuntaban acudían á rascarse el uno al otro, y que después de cansados y satisfechos cruzaba Rocinante el pescuezo sobre el cuello del rucio, que le sobraba de la otra parte más de media vara, y mirando los dos atentamente al suelo se solían estar de aquella manera tres días, á lo menos todo el tiempo que les