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merced su fealdad; pero encomendémoslo todo & Dios, que él es el sabidor de todas las cosas que han de suceder en este valle de lágrimas, en este mal mundo que tenemos, donde apenas se halla cosa que esté sin mezcla de maldad, embuste y bellaquería. De una cosa me pesa, señor mío, más que de otras, que es pensar qué medio se ha de tener cuando vuesa merced venza algún gigante ú otro caballero, y le mande que se vaya á presentar ante la hermosura de la señora Dulcinea:

¿adónde la ha de hallar este pobre gigante, ó este pobre y mísero caballero vencido? Paréceme que los veo andar por el Toboso hechos unos bausanes, buscando á mi señora Dulcinea, y aunque la encuentren en mitad de la calle, no la conocerán más que á mi padre.

—Quizá, Sancho, no se estenderá el encantamiento á quitar el conocimiento de Dulcinea á los vencidos y presentados gigantes caballeros; y en uno ó dos de los primeros que yo venza y le envíe, haremos la experiencia si la ven ó no, mandándoles que vuelvan á darme relación de lo que acerca desto les hubiese sucedido.

—Digo, señor, replicó Sancho, que me ha parecido bien lo que vuesa merced me ha dicho, y que con ese artificio vendremos en conocimiento de lo que deseamos; y si es que ella á solo vuesa merced se encubre, la desgracia más será de vuesa merced que suya; pero como la señora Dulcinea tenga salud y contento, nosotros por acá nos avendremos y lo pasaremos lo mejor que pudiéremos buscando nuestras aventuras, y dejando al tiempo que haga de las suyas, que él es el mejor médico destas y otras mayores enfermedades.

Responder quería don Quijote á Sancho Panza,