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vuesa merced se reporte, y vuelva en sí y coja las riendas á Rocinante, y avive y despierte, y muestre aquella gallardía que conviene que tengan los caballeros andantes. ¿Qué diablos es esto? ¿Qué decaimiento es este? ¿Estamos aquí ó en Francia? Mas que se lleve Satanás á cuantas Dulcineas hay en el mundo, pues vale más la salud de un solo caballero andante, que todos los encantos y trasformaciones de la tierra.

—Calla, Sancho, respondió don Quijote con voz no muy desmayada, calla digo, y no digas blasfemias contra aquella encantada señora, que de su desgracia y desventura yo solo tengo la culpa: de la envidia que me tienen los malos ha nacido su mal andanza.

—Así lo digo yo, respondió Sancho: quien la vido y la ve ahora, ¿cuál es el corazón que no llora?

—Eso puedes tú decir bien, Sancho, replicó don Quijote, pues la viste en la entereza cabal de su hermosura, que el encanto no se extendió á turbarte la vista ni á encubrirte su belleza: contra mí solo, y contra mis ojos se endereza la fuerza de su veneno; más con todo esto he caído, Sancho, en una cosa, y es que me pintaste mal su hermosura, porque si mal no me acuerdo, dijiste que tenía los ojos de perlas, y los ojos que parecen de perlas antes son de besugo que de dama; y á lo que yocreo, los de Dulcinea deben de ser de verdes esmeraldas, rasgados con dos celestiales arcos que le sirven de cejas; y esas perlas quítalas de los ojos, y pásalas á los dientes, que sin duda te trocaste, Sancho, tomando los ojos por los ntes.

—Todo puede ser, respondió Sancho, pero también me turbó á mí su hermosura como á vuesa