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<—311más ligera que un alcotán, y que puede enseñar á subir á la jineta al más diestro cordobés ó mejicano: el arzón trasero de la silla pasó de un salto, y sin espuelas hace correr la hacanea como una cebra, y no le van en zaga sus doncellas, que todas corren como el viento: y así era verdad, porque en viéndose á caballo Dulcinea, todas picaron tras ella y dispararon á correr, sin volver la cabeza atrás por espacio de más de media legua.

Siguiólas don Quijote con la vista, y cuando vió que no parecían, volviéndose á Sancho, le dijo:

—Sancho, ¿qué te parece? ¡Cuán malquisto soy de encantadores! Y mira hasta donde se estiende su malicia y la ojeriza que me tienen, pues me han querido privar del contento que pudiera darme ver en su sér á mi señora. En efecto, yo nací para ejemplo de desdichados, y para ser blanco y terrero donde tomen la mira y asiesten las flechas de la mala fortuna. Y has también de advertir, Sancho, que no se contentaron estos traidores de haber vuelto y trasformado á mi Dulcinea, sino que la trasformaron y volvieron en una figura tan baja y tan fea como la de aquella aldeana, y juntamente le quitaron lo que es tan suyo de las principales señoras, que es el buen olor, por andar siempre entre ámbares y entre flores: porque te hago saber, Sancho, que cuando llegué á subir á Dulcinea sobre su hacanea (según tú dices, que á mí me pareció borrica), me dió un olor de ajos crudos, que me encalabrinó y atosigó el alma.

¡Oh canalla! gritó á esta sazón Sancho; ¡oh encantadores aciagos y mal intencionados, y quién os viera á todos ensartados por las agallas como sardinas en lercha! Mucho sabéis, mucho podéis y mucho mal hacéis. Bastaros debiera, bellacos, ha-