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muchas cosas á este tono, no será muy difícil hacerle creer que una labradora, la primera que me topare por aquí, es la señora Dulcinea; y cuando él no lo crea, juraré yo; y si él jurare, tornaré yo á jurar; y si porfiare, porfiaré yo más, y de manera que tengo de tener la mía siempre sobre el hito, venga lo que viniere: quizá con esta porfía acabaré con él que no me envíe otra vez á semejantes mensajerías viendo cuán mal recado le traigo dellas; ó quizá pensará, como yo imagino, que algún mal encantador destos que él dice que le quieren mal, la habrá mudado la figura por hacerle mal y daño. Con esto que pensó Sancho Panza quedó sosegado su espíritu, y tuvo por bien acabado su negocio, y detúvose allí hasta la tarde por dar lugar á que don Quijote pensase que le había tenido para ir y volver del Toboso; y sucedióle todo tan bien, que cuando se levantó para subir en el rucio vió que del Toboso hacia donde él estaba venían tres labradoras sobre tres pollinos ó pollinas, que el autor no lo declara, aunque más se puede creer que eran borricas, por ser ordinaria caballería de las aldeanas; pero como no va mucho en esto, no hay para qué detenerse en averiguarlo. En resolución, así como Sancho vió á las labradoras, á paso tirado volvió á buscar á su señor don Quijote, y hallóle suspirando y diciendo mil amorosas lamentaciones. Como don Quijote le vió, le dijo:

—¿Qué hay, Sancho amigo? ¿Podré señalar este día con piedra blanca, ó con negra?

—Mejor sera, respondió Sancho, que vuesa merced le señale con almagre, como rétulos de cátedras, porque le echen bien de ver los que le vieren.' —De ese modo, replicó don Quijote, buenas nuevas traes.