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mañana nos pongamos en camino, porque ya hoy!

se podrá hacer poca jornada, y en lo demás del buen suceso que espero, lo dejaré á Dios y al valor de vuestro pecho.

Esto lo dijo la discreta Dorotea, y en oyéndolo don Quijote, se volvió á Sancho, y con muestras de mucho enojo le dijo:

—Ahora te digo, Sanchuelo, que eres el mayor bellacuelo que hay en España: dime, ladrón vagamundo, no me acabaste de decir ahora, que esta princesa se había vuelto en una doncella que se llamaba Dorotea, y que la cabeza que entiendo que corté á un gigante, era la puta que te parió, con otros disparates que me pusieron en la mayor confusión que jamás he estado en todos los días de mi vida? Voto... (y miró al cielo y apretó los dientes) que estoy por hacer un estrago en ti, que ponga sal en la mollera á todos cuantos mentirosos escuderos hubiere de caballeros andantes de aquí adelante del mundo.

—Vuestra merced se sosiegue, señor mío, respondió Sancho, que bien podrá ser que yo me hubiese engañado en lo que toca á la mutación de la señora princesa Micomicona; pero en lo que toca á la cabeza del gigante, ó á lo menos á la horadación de los cueros, y á lo de ser vino tinto la sangre, no me engaño, vive Dios, porque los cueros allí están heridos á la cabecera del lecho de vuestra merced, y el vino tinto tiene hecho un lago el aposento; y si no, al freir de los huevos lo verá, quiero decir, que lo verá cuando aquí su merced del señor ventero le pida el menoscabo de todo ::

de lo demás de que la señora reina se esté como se estaba, me regocijo en el alma, porque me ya mi parte como á cada hijo de vecino,