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<—300—> pos hay de burlar, y tiempos donde caen y parecen mal las burlas: no porque yo diga que ni he visto ni hablado á la señora de mi alma, has tú de decir también que ni la has hablado ni visto, siendo tan al revés como sabes.

Estando los dos en estas pláticas vieron que venía á pasar por donde estaban uno con dos mulas, que por el ruido que hacía el arado que arrastraba por el suelo, juzgaron que debía de ser labrador, que habría madrugado antes del día á ir á su labranza; y así fué la verdad. Venía el labrador cantando aquel romance que dicen:

Mala la hubistes, franceses, en esa de Roncesvalles.

—Que me maten, Sancho, dijo en oyéndolo don Quijote, si nos ha de suceder cosa buena esta noche. No oyes lo que viene cantando ese villano?

—Sí oigo, respondió Sancho, ¿pero qué hace á nuestro propósito la caza de Roncesvalles? Así pudiera cantar el romance de Calaínos que todo fuera uno, para sucedernos bien ó mal en nuestro negocio.

Llegó en esto el labrador, á quien don Quijote preguntó:

—¿Sabréisme decir, buen amigo, que buena ventura os dé Dios, dónde son por aquí los palacios de la sin par princesa Dulcinea del Toboso?

—Señor, respondió el mozo, yo soy forastero, y ha pocos días que estoy en este pueblo sirviendo á un labrador rico, en la labranza del campo; en esa casa frontera viven el cura y el sacristán del lugar, entrambos ó cualquier dellos sabrá dar á vuesa merced razón desa señora princesa, porque tienen la lista de todos los vecinos del Toboso;