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quiza se usa aquí en el Toboso edificar en callejuelas los palacios y edificios grandes; y así suplico á vuesa merced me deje buscar por estas calles ó callejuelas que se me ofrecen, podría ser que en algún rincón topase con ese alcázar, que le vea yo comido de perros, que así nos trae corridos y asendereados.

—Habla con respeto, Sancho, de las cosas de mi señora, dijo don Quijote, y tengamos la fiesta en paz, y no arrojemos la soga tras el caldero.

—Yo me reportaré, respondió Sancho; ¿pero con qué paciencia podré llevar que quiera vuesa merced que de sola una vez que ví la casa de nuestra ama, la haya de saber siempre y hallarla á media noche, no hallándola vuesa merced, que la debe de haber visto millares de veces?

—Tú me harás desesperar, Sancho, dijo don Quijote; ven acá, hereje, ¿no te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto á la sin par Dulcinea, ni jamás atravesé los umbrales de su palacio, y que sólo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta ?

—Ahora lo oigo, respondió Sancho, y digo, que pues vuesa merced no la ha visto, ni yo tampoco.

—Eso no puede ser, replicó don Quijote, que por lo menos ya me has dicho tú que la viste aechando trigo cuando me trujiste la respuesta de la carta que la envié contigo.

—No se atenga á eso, señor, respondió Sancho, porque le hago saber que también fué de oídas la vista y la respuesta que le truje, porque así sé yo quién es la señora Dulcinea como dar un puño en el cielo.

—Sancho, Sancho, respondió don Quijote, tiem-