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CAPITULO IX

Donde se cuenta lo que en él se verá.

Media noche era por filo poco más ó menos, cuando don Quijote y Sancho dejaron el monte y entraron en el Toboso. Estaba el pueblo en un sosegado silencio, porque todos sus vecinos dormían y reposaban á pierna tendida, como suele decirse.

Era la noche entre clara, puesto que quisiera Sancho que fuera del todo escura por hallar en su escuridad disculpa de su sandez. No se oía en todo el lugar sino ladridos de perros, que atronaban los oídos de don Quijote y turbaban el corazón de Sancho. De cuando en cuando rebuznaba un jumento, gruñían puercos, mayaban gatos, cuyas voces de diferentes sonidos se aumentaban con el silencio de la noche: todo lo cual tuvo el enamorado caballero á mal agüero; pero con todo esto dijo á Sancho:

—Sancho hijo, guía al palacio de Dulcinea, quizá podrá ser que la hallemos despierta.

—¿A qué palacio tengo de guiar, cuerpo del sol, respondió Sancho que en el que yo ví á su grandeza no era sino casa muy pequeña?

—Debía de estar retirada entonces, respondió don Quijote, en algún pequeño apartamiento de su alcázar solazándose á solas con sus doncellas, como es uso y costumbre de las altas señoras y princesas.

—Señor, dijo Sancho, ya que vuesa merced quie-