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También confieso esa verdad, respondió don Quijote.

—Pues esta fama, estas gracias, estas prerrogativas, como llaman á esto, respondió Sancho, tienen los cuerpos y las reliquias de los santos, que con aprobación y licencia de nuestra santa madre Iglesia tienen lámparas, velas, mortajas, muletas, pinturas, cabelleras, ojos, piernas, con que aumentan la devoción y engrandecen su cristiana fama.

Los cuerpos de los santos ó sus reliquias llevan los reyes sobre sus hombros, besan los pedazos de sus huesos, adornan y enriquecen con ellos sus oratorios y sus más preciados altares.

—¿Qué quieres que infiera, Sancho, de todo lo que has dicho? dijo don Quijote —Quiero decir, dijo Sancho, que nos demos á ser santos, y alcanzaremos más brevemente la buena fama que pretendemos: y advierta, señor, que ayer ó antes de ayer (que según ha poco, se puede decir desta manera) canonizaron ó beatificaron dos frailecitos descalzos, cuyas cadenas de hierro con que ceñían y atormentaban sus cuerpos se tiene á gran ventura el besarlas y tocarlas, y están en más veneración que está, según dije, la espada de Roldán en la armería del Rey nuestro señor, que Dios guarde. Así que, señor mío, más vale ser humilde frailecito de cualquier orden que sea, que valiente y andante caballero; más alcanzan con Dios dos docenas de diciplinas que dos mil lanzadas, ora las den á gigantes, ora á vestiglos ó á endriagos.

—Todo eso es así, respondió don Quijote; pero no todos podemos ser frailes, y muchos son los caminos por donde lleva Dios á los suyos al cielo;