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ventana, o por mejor decir, claraboya redonda que está en su cima, desde la cual mirando el emperador el edificio, estaba con él y á su lado un caballero romano declarándole los primores y sutilezas de aquella gran máquina y memorable arquitetura, y habiéndose quitado de la claraboya dijo al emperador: Mil veces, sacra Majestad, me vino deseo de abrazarme con vuestra Majestad, y arrojarme de aquella claraboya abajo por dejar de mi fama eterna en el mundo. Yo os agradezco, respondió el emperador, el no haber puesto tan mal pensamiento en efeto, y de aquí adelante no os pondré yo en ocasión que volváis á hacer prueba de vuestra lealtad, y así os mando que jamás me habléis ni estéis donde yo estuviere; y tras estas palabras le hizo una gran merced. Quiero decir, Sancho, que el deseo de alcanzar fama es activo en gran manera. ¿Quién piensas tú que arrojó á Horacio del puente abajo, armado de todas armas, en la profundidad del Tiber? ¿Quién abrasó el brazo y la mano á Mucio? ¿Quién impelió á Curcio á lanzarse en la profunda sima ardiente que apareció en la mitad de Roma? ¿Quién contra todos los agüeros que en contra se le habían mostrado, hizopasar el Rubicón á César? Y, con ejemplos más modernos, ¿quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el cortesísimo Cortés en el Nuevo Mundo? Todas estas y otras grandes y diferentes hazañas son, fueron y serán obras de la fama, que los mortales desean como premio y parte de la inmortalidad que sus famosos hechos merecen, puesto que los cristianos católicos y andantes caballeros más habemos de atender á la gloria de los siglos venideros, que es eterna en las regiones etéreas y celestes,