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pierdo ni gano, aunque por verme puesto en libros, y andar por ese mundo de mano en mano, no se me da un higo que digan de mí todo lo que quisieren.

1 —Eso me parece, Sancho, dijo don Quijote, á lo que sucedió á un famoso poeta destos tiempos, el cual habiendo hecho una maliciosa sátira contra todas las damas cortesanas, no puso ni nombró en ella á una dama que se podía dudar si lo era ó no, la cual viendo que no estaba en la lista de las damas, se quejó al poeta diciéndole que qué había visto en ella para no ponerla en el número de las otras, y que alargase la sátira, y la pusiese en el ensanche, si no, que mirase para lo que había nacido. Hízolo así el poeta, y púsola cual no digan dueñas, y ella quedó satisfecha por verse con fama, aunque infame. También viene con esto lo que cuentan de aquel pastor, que puso fuego y abrasó el templo famoso de Diana, contado por una de las siete maravillas del mundo, sólo porque quedase vivo su nombre en los siglos venideros; y aunque se mandó que nadie le nombrase ni hiciese por palabra ó por escrito mención de su nombre, porque no consiguiese el fin de su deseo, todavía se supo que se llamaba Eróstrato. También alude á esto lo que sucedió al grande emperador Carlos V con un caballero en Roma. Quiso ver el emperador aquel famoso templo de la Rotunda, que en la antigüedad se llamó el templo de Todos los Dioses, y ahora con mejor vocación se llama de Todos los Santos, y es el edificio que más conserva la fama de la grandiosidad y magnificencia de sus fundadores: él es de hechura de una media naranja, grandísimo en extremo, y está muy claro sin entrarle otra luz que la que le concede una