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rías ó corredores ó lonjas, ó como las llaman, de ricos y reales palacios.

—Todo pudo ser, respondió Sancho; pero á mí bardas me parecieron, si no es que soy falto de memoria.

—Con todo eso vamos allá, Sancho, replicó don Quijote, que como yo la vea, eso se me da que sea por bardas que por ventanas, ó por resquicios ó verjas de jardines, que cualquier rayo que del sol de su belleza llegue á mis ojos, alumbrará mi entendimiento y fortalecerá mi corazón de modo, que quede único y sin igual en la discreción y en la valentía.

—Pues en verdad, señor, respondió Sancho, que euando yo ví ese sol de la señora Dulcinea del Toboso, que no estaba tan claro que pudiese echar de sí rayos algunos; y debió de ser que como su merced estaba aechando aquel trigo que dije, el mucho polvo que sacaba se le puso como nube ante el rostro y se le escureció.

—¿Qué, todavía das, Sancho, dijo don Quijote, en decir, en pensar, en creer y en porfiar que mi señora Dulcinea aechaba trigo, siendo eso un menester y ejercicio que va desviado de todo lo que hacen y deben hacer las personas principales que están constituidas y guardadas para otros ejercicios y entretenimientos que muestran á tiro de ballesta su principalidad? Mal se te acuerdan á tí, oh Sancho, aquellos versos de nuestro poeta, donde nos pinta las labores que hacían allá en sus moradas de cristal aquellas cuatro ninfas que del Tajo amado sacaron las cabezas, y se sentaron á labrar en el prado verde aquellas ricas telas que allí el ingenioso poeta nos describe, que todas eran de DON QUIJOTE .—19 TOMO II

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